Esta última semana ha sido muy calurosa y el pronóstico para hoy era de una máxima de 90 grados F, lo que es 32 grados Celsius. Yo sé que para algunas personas esto no es nada. Para mí la temperatura ideal es 25 grados Celsius. Con menos que eso, me tengo que abrigar (y mi marido me dice que soy un cocodrilo), pero tampoco soporto mucho calor. Entonces, para este fin de semana buscamos una playa. No, no estamos en la costa Atlántica ni en la Pacífica, pero tenemos el gran lago Erie. Y por ser un lago, me imaginaba que el parque sería como los lagos de Utah (con arena barrosa), e incluso llevé mi traje de baño sólo por si acaso tenía demasiado calor, porque no pensaba bañarme en un lago. Ni Igor ni yo le teníamos fe a este lugar, pero como está a 13 millas de la casa, le dimos una oportunidad.
Este lugar nos sorprendió. Es mucho mejor de lo que esperábamos. Parecía una verdadera playa. El lago se perdía en el horizonte, y parecía el mar. El fondo del lago en esa playa es de arena y piedras. También nos sorprendió que el Samuel lo disfrutara tanto, porque hace algunos días lo llevamos a una plaza con arena para que jugara y no quiso andar sin zapatos, y se limpiaba las manos todo el tiempo. Pero esta vez, a pesar de que tuvo un comienzo tímido, disfrutó mucho jugar con la arena y el agua. Le gustó tanto el agua que hasta se la quería tomar...
El estacionamiento vale US$7 por auto, y en el camino hay un peaje ridículo de 15 centavos.
Antes de empezar a jugar, hora del bloqueador solar.
Aquí todavía caminaba con cuidado en la arena.
No quería salir de los brazos del papá.
Aquí ya pasamos al otro extremo. Yo tenía que impedir al Samuel que se tomara el agua.
Hora del bloqueador solar otra vez.
Cuando supe que iba a tener un niñito, todos me decían que iba a ser mi regalón, y que los niños son más apegados a la mamá que al papá, pero Samuel desmintió esa teoría. Es fanático de su papá.
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